A
veces, ser niña y estar un poco informada no resulta ser una buena idea. Salía de
darme una ducha y mientras me secaba con una toalla bastante colorida y
pintoresca, justo cuando está pasándola por mis senos, empecé a sentir como me dolían
con un movimiento tan suave como lo es pasar una toalla, entonces, la deje a un
lado, me acerque a un espejo enorme que había en mi cuarto, me mire y palpe con
atención, tenía unas pequeñas bolas. Mi corazón latía con muchísima fuerza, no
paraba de llorar llamando a mi mamá, hasta que llegó y le dije entre lágrimas y
miedo; tengo cáncer. Mi mamá no sabía qué hacer ni qué decir, estaba
desconcertada con lo que había escuchado así que, lo único que podía preguntar
era, ¿Por qué dices eso? ¿acaso sientes algo?, le mostré y le explique con
mucha concentración; mi mama soltó una carcajada enorme, como nunca antes la había
escuchado reírse; me abrazo, me acaricio la cara y me dijo: “Valen, mi amor,
estás creciendo, te están, creciendo, así que siéntete feliz”. Ya a mis dieciocho,
solo me pregunto, ¿y ahora, ¿qué tengo? ¿Por qué no me siguen creciendo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario