El frio era más intenso ahí que en cualquier
otro lugar que solía visitar.
Proliferación excesiva de leucocitos en la
sangre y medula ósea dijo, el Dr. Ella, respondió ¿qué? ¿A caso es leucemia? Sí, sufre usted de leucemia en etapa terminal.
De repente el frio intenso del consultorio, ya
no se queda solo ahí, paso a tocar profundamente cada fibra de ella, haciéndola
estremecer, sensación que por primera vez tenía, extraña, se sentía, como
usualmente pasa con todo lo desconocido.
Sin tan siquiera saberlo estaba tan pálida como
el cielo de esa tarde, sus lágrimas caían a lo largo de todo su rostro, así
como las gotas de lluvia mojaban el pavimento. Tic Tac sonaban las manecillas
del reloj marcando las 2:00 p.m. se tenía que ir, ¿A dónde? No lo sabía, pero
ya el Dr. Continuaría diagnosticando más vidas perdidas.
Su vida estaba perdida, al menos eso era lo que
creía, el vacío más grande, de arrepentimiento hacia la vida por no haberla
vivido como una vez había querido.
Fue un día de esos en lo que el universo
conspira contra ti, todo estaba gris, se confundían sus lágrimas con la lluvia,
su dolor con la necesidad de seguir amando y sintiéndose amada.
Era una de sus últimas tardes, no era una tarde
cualquiera, no podía serlo, aunque lo quisiera.
Tic tac nuevamente el reloj le recordaba una
cita; una cita especial teniendo en cuenta que no todo lo especial se puede
asociar con las cosas buenas, era con su amor de toda una vida, era una cita
conmigo.
Yo estaba ansioso esperándola en el lugar menos
indicado para ella, tal vez, pero para mí, representaba el lugar donde hacía
poco más de un año la había dejado de amar.
Los nervios me hacían revisar el celular una y
otra vez, estaba intentando ordenar mis ideas para dar una buena despedida, un
buen adiós.
A través de los ventanales de vidrio del lugar
donde la fui a esperar, la pude ver llegar, tenía su mismo abrigo rojo, que había
prometido regalar y que seguía sacando del armario, año tras año. Ella hacia lo
mismo con todas las cosas y eso fue lo que me cautivo cuando la conocí, cuando
nos conocimos. Las mismas ropas usadas una y otra vez. Filas de lápices de
labios que nunca usaba; esa canción que ella tatareaba mientras cocinaba, era parte
de la vida que se había vuelto extraña para mí y que justo ahora pensaba
abandonar entre el plato principal y el postre.
Llego reluciente, se veía feliz, y mientras
tanto yo solo pensaba en que la iba a dejar.
En cuestión de segundos, agarro una copa de
vino que cómodamente me estaba tomando para tranquilizarme, la bebió toda como
si fuese la última que quedara en el mundo. Y salto en un llanto repentino. Yo,
solo pensé “ya lo sabe, sabe que todo este tiempo he estado con María Cristina,
sabe que hoy es nuestra despedida”; yo, algo desconcertado solo la observaba
intentado tranquilizarla para que al menos pudiera hablar, ella mientras tanto
solo buscaba algo en su bolso.
Cuando lo encontró, me lo entrego; lee, me
dijo; era un papel lleno de terminología médica que a duras penas entendí. De mi
mente se borró todo lo que pensaba decirle, ya solo importaba lo que estaba pasando
en ese justo momento, mi subconsciente repetía una y otra vez “leucemia en
etapa terminal”, “leucemia en etapa terminal”; me sentí tan mal, siempre la veía
bien, siendo ella, sin quejarse, bueno, nunca la escuchaba realmente cuando se
quejaba, nunca estuve para ella. Solo tenía tiempo para la mujer apasionada que
había pasado a ocupar mi centro desde hacía un año y medio. María Cristina.
Salía con ella casi todas las noches, era tan
hermosa, tan jovial, tan divertida, tan auténtica, tan apasionada, tan ella; me
tenía engatusado, pero hoy, todo eso cambiaría.
Intente reaccionar después de todo de la mejor
manera posible, me levante y la abrace fuerte, tan fuerte como cuando nos estábamos
conociendo, quería que sintiera que no estaba sola, que me tenía, y que sin
importar a quien tuviera que sacrificar, estaría con ella, hasta el final.
Acaricie su cara, lavada en lágrimas, le dije
que todo estaría bien y nos fuimos a casa.
En cuanto pude, llamé a María Cristina, no quería
hacerle daño, así que, fui sincero y le conté lo que estaba sucediendo. Como esperaba,
no lo entendió.
Me dediqué a hacer que ella pasara sus últimos días
feliz, la quise complacer en todo, empecé a hacer planes que odiaba y no me
gustaban solo por ella, movimos cosas de la casa de un lado a otro, fuimos a
cine a ver sus películas favoritas, le leí los libros que más le gustaban… todo
era diferente, hasta lo más insignificante había cobrado un sentido distinto, ¿quizás
por ser la última vez?, no lo sé. Solo sé que me veía realmente enamorado. La abrazaba
y la besaba como si nunca hubiese dejado de amarla.
Y otra vez el tic tac del reloj, marcando las
5:00 p.m. pero esta vez, la hora no era para ella, era para mí; desde esa última
mirada, desde esa última caricia, desde esa última sonrisa yo, Sergio, he
estado en un coma emocional del que aún no he podido despertar; no era un
simple ADIÓS, se llevó parte de mí, no es un “te amo, pero soy feliz sin ti”.
En mi intento por volver a SER, escribo estas líneas
en un papel, y mientras tanto, escucho a Daniel Santos.
Estoy muy triste,
Tengo una pena,
Me está matando
La cruel condena
De no besarte,
De no tenerte
Entre mis brazos,
Qué cruel condena…
Qué cruel condena
Ver tu retrato
En el cuartito
Donde mis manos te
acariciaron…

Tomada de: película; Paris,jet aime
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