La muchacha
Pincho y penetro en los sutiles y suaves poros
de su piel, blanca, tan blanca como el sol cuando se mira desde el espacio; la
auxiliar de enfermería entro en un estado de estupefacción interna que sus ojos
supieron revelar, seguramente se preguntaba qué tenía esa muchacha en sus
manos, pero, solo disimulo como si no hubiese visto nada sorprendentemente raro
y callo. Terminó tan rápido que la muchacha taciturna ella, apenas se percató.
Fue más la demora y la espera que lo que me hicieron, dijo al salir del
laboratorio; el reloj marcaba las 8:30 de la mañana, hubiese podido ir a clase,
pensó.
Se veía torpe, todo se le caía y parecía estar
nerviosa, pero no, ese no era su caso, simplemente era así enredada, como su
cabello, tan rojo como sus labios, pero, enredado igual que ella.
Con sus uñas, a la mitad pintadas de azul, feas
y con uñeros alrededor, se dispuso a recibir los resultados de los exámenes.
Hematología, titulaba el examen después de todo
el encabezado de información personal, ya saben, nombre, edad, sexo y todas
esas cosas que se omiten en la lectura. Hemoglobina, hematocrito, glóbulos
blancos, neutrófilos, linfocitos, monocitos, y toda una columna extensa de
nombres extraños, desconocidos y en su momento difícil de pronunciar para la
muchacha, contenían la respuesta a lo que ella tenía.
Evidentemente esta muchacha no era ni
enfermera, ni mucho menos médica, no tenía idea lo que en si significa esta
información; solo sabía que ahí, estaba la respuesta a lo que necesitaba. Su
hermana por su parte, que era enfermera, fue quien le tradujo, quien le dijo
que se hiciera el examen incluso. Tenía solo unas cuantas cosas alteradas, pero
en realidad tampoco tanto. El examen no demostraba lo que en la vida real
estaba pasándole.
Se sentían los huesos partidos y el cráneo
perforado; los ojos dolorosos y la cara deprimente. Se le habían perdido las
ganas de respirar, de existir; solo iban en aumento las ganas de odiarse y
deprimirse y es que, era típico en ella, cuando se enfermaba fuese lo que
fuese, lo más leve incluso, era razón suficiente para deprimirse siendo
consciente de ello y de lo mal agradecida que era con lo que tenía, pero sobre
todo con lo que era.
Solía ahogarse en un vaso de agua con cualquier
situación de la vida cotidiana, nunca hacia cosas productivas, era lenta, lenta
para absolutamente todo, se mantenía cansada y con sueño, a veces, muchas veces
de mal aspecto, ojerosa, pero, siempre con mucho apetito, y siempre contando y
atormentándose con la cantidad descomunada de calorías que consumía al día y
que inmediatamente veía como se le notaba en su abdomen; sin embargo, ese ya no
era su problema, ni siquiera las pecas ya lo eran; ahora si había un problema.
Toda su piel se mantenía perfecta, jamás sufría
de nada, era suave, muy suave como la de un bebe, limpia, completamente limpia,
blanca, muy blanca, con pecas, claro, pero solo en la cara, el resto era
perfecta, pero, de un momento a otro casi sin darse cuenta, su piel, todo su
cuerpo se llenó de puntitos diminutos, era como mirar una noche el cielo
estrellado, a diferencia de que este paisaje no era ni romántico ni agradable,
solo era repugnante. El espejo decía la verdad, ella estaba horrible, todo su
cuerpo lo estaba.
Ya había
pasado casi una semana, la muchacha estaba preocupada. Y, ¿el examen?
Tenía una infección viral aguda, y, ¿ahora?
Acetaminofén.
¡LA MUCHACHA!
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