viernes, 2 de marzo de 2018



La muchacha


Pincho y penetro en los sutiles y suaves poros de su piel, blanca, tan blanca como el sol cuando se mira desde el espacio; la auxiliar de enfermería entro en un estado de estupefacción interna que sus ojos supieron revelar, seguramente se preguntaba qué tenía esa muchacha en sus manos, pero, solo disimulo como si no hubiese visto nada sorprendentemente raro y callo. Terminó tan rápido que la muchacha taciturna ella, apenas se percató. Fue más la demora y la espera que lo que me hicieron, dijo al salir del laboratorio; el reloj marcaba las 8:30 de la mañana, hubiese podido ir a clase, pensó.
Se veía torpe, todo se le caía y parecía estar nerviosa, pero no, ese no era su caso, simplemente era así enredada, como su cabello, tan rojo como sus labios, pero, enredado igual que ella.
Con sus uñas, a la mitad pintadas de azul, feas y con uñeros alrededor, se dispuso a recibir los resultados de los exámenes.
Hematología, titulaba el examen después de todo el encabezado de información personal, ya saben, nombre, edad, sexo y todas esas cosas que se omiten en la lectura. Hemoglobina, hematocrito, glóbulos blancos, neutrófilos, linfocitos, monocitos, y toda una columna extensa de nombres extraños, desconocidos y en su momento difícil de pronunciar para la muchacha, contenían la respuesta a lo que ella tenía.
Evidentemente esta muchacha no era ni enfermera, ni mucho menos médica, no tenía idea lo que en si significa esta información; solo sabía que ahí, estaba la respuesta a lo que necesitaba. Su hermana por su parte, que era enfermera, fue quien le tradujo, quien le dijo que se hiciera el examen incluso. Tenía solo unas cuantas cosas alteradas, pero en realidad tampoco tanto. El examen no demostraba lo que en la vida real estaba pasándole.  
Se sentían los huesos partidos y el cráneo perforado; los ojos dolorosos y la cara deprimente. Se le habían perdido las ganas de respirar, de existir; solo iban en aumento las ganas de odiarse y deprimirse y es que, era típico en ella, cuando se enfermaba fuese lo que fuese, lo más leve incluso, era razón suficiente para deprimirse siendo consciente de ello y de lo mal agradecida que era con lo que tenía, pero sobre todo con lo que era.
Solía ahogarse en un vaso de agua con cualquier situación de la vida cotidiana, nunca hacia cosas productivas, era lenta, lenta para absolutamente todo, se mantenía cansada y con sueño, a veces, muchas veces de mal aspecto, ojerosa, pero, siempre con mucho apetito, y siempre contando y atormentándose con la cantidad descomunada de calorías que consumía al día y que inmediatamente veía como se le notaba en su abdomen; sin embargo, ese ya no era su problema, ni siquiera las pecas ya lo eran; ahora si había un problema.
Toda su piel se mantenía perfecta, jamás sufría de nada, era suave, muy suave como la de un bebe, limpia, completamente limpia, blanca, muy blanca, con pecas, claro, pero solo en la cara, el resto era perfecta, pero, de un momento a otro casi sin darse cuenta, su piel, todo su cuerpo se llenó de puntitos diminutos, era como mirar una noche el cielo estrellado, a diferencia de que este paisaje no era ni romántico ni agradable, solo era repugnante. El espejo decía la verdad, ella estaba horrible, todo su cuerpo lo estaba.
 Ya había pasado casi una semana, la muchacha estaba preocupada. Y, ¿el examen?
Tenía una infección viral aguda, y, ¿ahora? Acetaminofén.


¡LA MUCHACHA!



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